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MAESTRA DE INFANTIL: Educar es lo mismo que poner un motor a una barca, hay que medir, pensar, equilibrar, y poner todo en marcha. Pero para eso, uno tiene que llevar en el alma un poco de marino, un poco de pirata, un poco de poeta, y un kilo y medio de paciencia concentrada. Pero es consolador soñar, mientras uno trabaja, que esa barca, ese niño irá muy lejos por el agua. Soñar que ese navío llevará nuestra carga de palabras hacia puertos distantes, hacia islas lejanas. G.Celaya.
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domingo, 15 de junio de 2014
Vídeo del cuento "El pollito Pito". Letra del cuento e imágenes para imprimir.
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sábado, 23 de marzo de 2013
La mariquita sin manchas. Cuento-Vídeo en valores.
Un bonito cuento que trabaja el valor de las buenas acciones y la obediencia.
viernes, 22 de marzo de 2013
La mariquita. Cuento en valores
Esa mañana su mamá corrió a despertarla y
por más que lo intentó no lo consiguió. Triste se quedó... por lo cual su mamá le dijo: tienes que estar pendiente del canto del gallo, al oír el Kikiriquiii debes levantarte de la cama.
Y efectivamente, a la mañana siguiente el gallo cantó, Kikiriquiiii, y volvió a cantar, Kikiriquiiii, y la mariquita se despertó, corrió corrió y corrió, se lavo la carita, los dientes, se tomó su vasito de leche y galletas y se subió a la copa del árbol y allí esperó, esperó y esperó hasta que empezó a ver una pequeña luz que salía detrás de las montañas,
y la mariquita se quedó asombrada de lo hermoso que era ver salir el sol y una lagrimita cayó por su carita de la emoción que le dio.
Al rato pasaron sus amigos, la mariposa y el saltamontes y ellos le preguntaron:
Mariquita, ¿que hacéis tan temprano en la copa del árbol? y la mariquita les contó. Sus amigos quedaron tan motivados, que le pidieron a la mariquita si la podían acompañar al día siguiente y efectivamente así fue. El gallo cantó con su alegre Kikiriki y el ritual continuó, se lavaron la carita, se cepillaron los dientes, se tomaron su vasito de leche y se subieron a la copa del árbol y una vez allí juntitos esperaron a que el sol empezase a salir y se prometieron que siempre lo repetirían como símbolo de su hermosa amistad.
Y colorín colorado... este cuento se ha acabado.
domingo, 17 de febrero de 2013
jueves, 1 de noviembre de 2012
La gaviota de Nico. Cuento en valores.
No muy lejos
de aquí, en un pueblecito pesquero, en una casita blanca y azul de planta baja,
vive Nicolás. Tiene 9 años y estudia 3º de Primaria en la escuela del pueblo.
Es un niño como cualquiera, desgarbado, algo tímido, un poquito introvertido y
muy curioso; le gusta mucho la naturaleza, los animales y sobre todo… el mar.
-¡Papá! …
vamos a echar una carrera a la playa!
-Vale, Nico,
pera esta vez no esperes que te dé ventaja. El último en llegar pondrá la mesa
esta noche.
-Una, dos y
tres…
-Pero… no
seas tramposo –dijo su padre- No estaba preparado todavía.
-¡Ah!, lo
siento. Esta mañana he puesto la mesa, esta noche te toca a ti. ¡Corre papá, te
estás quedando atrás!
Nico y
Lucas, su padre, pasaban muchos ratos juntos y se divertían corriendo por la
playa, cogiendo conchas marinas, buscando dibujos escondidos en las nubes y no
sé cuántas mil historias.
-Te he
ganado papá, ya soy más rápido que tú.
-¡Pero qué
dices, Nico, te he dejado ganar!
-Mentiroso,
no quieres reconocer que me estoy haciendo mayor.
Nico y su
padre juegan en la arena tirándose uno sobre el otro, cuando de pronto Nico
abraza a su papá y le dice con una gran sonrisa:
-Papá, te
quiero mucho.
-Y yo a ti,
Nico… Venga, vamos a casa que mamá nos estará esperando.
Al llegar a
casa, la cena estaba preparada y la mamá de Nico le dice:
-Campeón, ve
a lavarte las manos que vamos a cenar enseguida.
-Sí mamá, ya
voy. ¿Sabes? Hemos hecho una carrera y le he ganado a papá; creo que me estoy
haciendo mayor.
Cuando Nico
fue al baño, la madre se acercó a Lucas y le dijo:
-¿Has
hablado ya con Nico de que tienes que marcharte?
-No, no he
podido, Selma. No he tenido la oportunidad de hablar con él.
-Pero ¡si
habíamos quedado que se lo dirías esta tarde! ¿No se lo has dicho en la playa?
-No me he atrevido.
Estaba tan feliz con esa mirada radiante y esa sonrisa igual que la tuya que he
sido incapaz de estropearle la tarde.
Nico y sus
padres hacía poco que se habían trasladado allí desde una gran ciudad del
interior. Llegaron buscando la paz y el sosiego de un pueblecito con puerto,
una pequeña bahía abierta todo el año a la sonrisa del sol, al murmullo del
viento y al sonido de las olas, pero el padre de Nico era marino mercante y
tenía que irse fuera durante meses y sabía lo mal que lo pasaba Nico cuando se
separaba de él.
Esa misma
noche Lucas se acercó a la cama de su hijo para decirle que tenía que volver a
irse y Nico no contestó, se quedó dormido llorando en los brazos de su padre.
Nico iba a
la pequeña escuela, con los demás niños. Eran pocos y en la misma aula estaban
juntos niños de distintos niveles, unos mayores y otros más pequeños. La maestra se llamaba Lucía, una mujer
cariñosa y dulce que siempre había trabajado en la escuela, soñadora, culta y a
la vez llana, que eligió una vida sencilla en un lugar pequeñito. Tenía un
cariño especial a este pueblo. Cuentan que hace años tuvo un novio, un muchacho
del pueblo de al lado, marinero, que un día se llevó el mar. De él nunca más se
supo.
Desde
que el padre de Nico se marchó, la señorita Lucía, había observado que Nico
estaba más distraído que de costumbre, le faltaba interés por lo que hacían y
además se relacionaba menos con los demás niños. Muchas veces lo veía solo en
el patio de la escuela, con la mirada perdida y con cierto aire de nostalgia.
Un día, preocupada por Nico, lo llamó a la salida de clase y le dijo:
-Nico,
¿Quieres venir esta tarde a ver mi jardín?
-
¿Tu jardín?
-Sí.
Vivo aquí, detrás de la escuela, y tengo un jardín lleno de plantas y flores de
muchos colores.
-Está
bien, me gustan mucho las flores. Allí en la ciudad, donde vivíamos antes, no
había parques cerca de casa y nunca podía jugar al aire libre, aquí es
distinto. Gracias, señorita Lucía.
La maestra vivía en una casita en la parte posterior de la escuela con un pequeño jardín y un huertecillo cuidado por Casto, un vecino suyo, ya muy mayor, que no sabía leer ni escribir pero que se sentía atraído y deslumbrado por la forma de ser de Lucía. Era un viejo pescador que nació en el pueblo y hace ya años que se quedó en tierra; desde entonces ayudaba a la señorita Lucía a cuidar el jardín y el huerto. Le tiemblan las manos pero el azadón trabaja firme con sus brazos.
-¡Señorita
Lucía, soy yo, Nico! ¡Ya he llegado!
-Hola,
Nico, qué alegría de que hayas llegado ya. No te esperaba tan temprano.
-Es
que hoy no tenía deberes, señorita Lucía. Lo he terminado todo en clase.
-Ven,
Nico, el jardín está en la parte de atrás de la casa. Pasa.
-¡Guau!-exclamó
el niño- ¡Qué jardín más bonito, seño!
-¿Te
gusta, Nico?
-Claro
que sí. Hay flores de muchos colores. Señorita, ¿tú sabes el nombre de todas
las flores del mundo?
-Ja,
ja –se echó a reír Lucía- claro que no, Nico. Hay miles, millones, de flores
diferentes. Aquí solo hay unas pocas pero intento conocerlas un poquito para
poder darle a cada una lo que necesita. Las flores son como los niños, a veces
están tristes y parece que escondieran la cabeza entre las piernas por eso les
hablo para que no se sientan solas. Otras veces se encuentran felices y
contentas. Lo notas enseguida porque cuando se sienten bien, sus tallos están
erguidos como si quisieran abrazar el sol.
Nico,
tú… últimamente estás un poco triste, ¿verdad? Te pareces un poco a mis flores
cuando les falta un poquito de agua.
-Sí,
seño, es que echo de menos a mi papá. Por las tardes, a la hora de jugar o por
las noches cuando me acuesto me acuerdo de él y me pongo triste porque sé que
está lejos.
-Pero
Nico, tú papá es marino y ya en otras ocasiones ha tenido que viajar, a él seguro
que tampoco le gusta estar lejos de vosotros, pero es su trabajo. Seguro que se
acuerda todos los días de ti y no le gustaría verte triste.
Ven,
quiero que conozcas a Casto, es un pescador, que viene por las tardes y me
ayuda con las flores y el huerto, ¡no sé qué haría sin él!
-¡Casto,
mira quién ha venido a vernos! Es Nico, un chico de la escuela que hace poco
que vive en el pueblo.
-Hola,
Nico, ¿con que eres nuevo por aquí?
-Sí
señor.
-Y
dime muchacho, ¿te gusta el pueblo?
-Oh!
Sí. Es un pueblo muy bonito, me gusta hacer castillos en la arena y a veces me
quito los zapatos para mojarme los pies en el agua, aunque mi mamá siempre dice
que me llevo media playa para casa metida en los zapatos. Algunos días voy al
puerto a mirar los barquitos y veo cómo los pescadores remiendan las redes bajo
los rayos del sol. Y… ¿sabe qué es lo que más me gusta?
-Dime,
Nico.
-Observar
las gaviotas. Ver cómo sobrevuelan una y otra vez los barcos y cómo sumergen la
cabeza en el agua para buscar los peces. Algunas veces las veo acercarse al
patio de la escuela buscando los trozos de bocadillos que se han dejado los
niños.
¿Usted…
es el jardinero de la señorita Lucía?
-Hace
años que le echo una mano con las plantas y el huerto -dijo Casto- pero yo
siempre viví del mar, era pescador…hasta que tuve que dejarlo.
-¿Lo
dejó? ¿Pero…por qué? A mí me gustaría ser un pez para vivir siempre en el mar.
Es alucinante.
-Pues
si quieres -dijo Casto- yo te puedo contar muchas historias sobre el mar, he
navegado durante años y he vivido muchas aventuras en él, hasta me acuerdo una
vez que tuve que luchar contra unos piratas…
-¿Piratas?
-Sí,
Nico. Una banda de piratas que nos atacaron. Algunos de ellos todavía viven en
la cueva que hay más allá de los riscos del final de la playa mirando hacia
poniente. Creo que la cueva está llena de tesoros que robaron a otros barcos.
-¿De
verdad? ¿Viven piratas en este pueblo?
Señorita
Lucía...
-Sí
Nico, Casto sabe historias de este pueblo que nadie conoce.
-Señorita,
¿puedo venir otra vez mañana? Me gustaría que Casto me contara más cosas sobre
esos piratas y sus viajes.
-Claro,
Nico. Ven todos los días que quieras.
-Adiós,
Casto -dijo Nico.
-Hasta
mañana, Nico.
-Hasta
mañana, señorita Lucía.
Casto
rondaba ya los 79 años. Nació en el pueblo y desde pequeño salía con su padre
en el barco a pescar. Fue su padre quién le enseñó todo para convertirse en un
buen pescador. Era un niño muy inquieto y antes de que saliera el sol ya estaba
preparado en la puerta de casa, con el impermeable puesto, para hacerse a la
mar. Siempre se sintió atraído por la magia del mar.
-Mamá…
ya he vuelto. He conocido a un pescador del pueblo que dice que ha luchado
contra los piratas.
-Pero
Nico, ¿qué dices?, ¿cómo va a luchar contra los piratas? Los piratas eran
bandas de saqueadores que abordaban otras naves para robarles la carga apoderándose
de su mercancía… ¿pero qué iban a querer los piratas de unos pobres pescadores?
Además de eso hace ya muchos siglos.
-Que
sí, mamá, que me lo ha dicho el señor Casto. ¿Me dejarás que vaya por las
tardes a casa de la señorita para que Casto me cuente historias sobre el mar?
-Pues
claro, Nico -sonrió la madre- puedes ir cuando quieras.
A
partir de ese día, Nico recuperó la ilusión que había perdido cuando su padre
marchó y todos los días después de hacer los deberes iba a casa de la señorita
Lucía para hablar con Casto.
Fue
una tarde de esas cuando Casto le contó que tuvo un hijo que también fue
pescador como él y su padre, y que murió un día cuando su barco tuvo problemas
en el mar por causa de una tormenta inesperada. Aquel trágico día Casto abandonó
la pesca, y durante años iba todas las mañanas a la playa esperando que el mar
le devolviera a su hijo…
Nico
y Casto establecieron unos vínculos afectivos muy grandes. El muchacho se
convirtió en el nieto que el pescador nunca tuvo y Nico notaba cada vez menos
la ausencia de su padre.
En
uno de esos encuentros que tuvieron, Nico quiso conocer la casa donde vivía
Casto y un domingo por la mañana quedaron para que el muchacho pudiera ver
dónde vivía.
La
casa del pescador era una pequeña casita con la fachada en blanco en el mismo
centro del pueblo. Nico se quedó sorprendido al ver que, a pesar de los años
que hacía que Casto dejó la pesca, las paredes de la casa estaban llenas de
redes, anzuelos, aparejos y largas cañas, y que en el lateral de la casa había
una barca pequeñita, descuidada y agrietada por el paso de los años, donde
apenas se podían leer las letras desgastadas de un nombre en el lateral.
-Casto… ¿esta barca era suya?
-Sí,
Nico. Esta barca la construí hace muchos años, en ella salíamos a pescar mi
hijo y yo…pero de eso hace ya mucho tiempo.
-¿Y
qué es lo que pone aquí que no puedo leerlo?
-Es
el nombre de la barca –contestó el pescador.- Se llamaba LA GAVIOTA.
-¡Vaya…!
¡Cómo me gustaría a mí tener una barca!
Al
pescador se le notaba emocionado, como recordando la época más feliz y más
amarga de su vida…Y Nico comprendió en ese momento que no solo los niños se
sienten a veces tristes sino que los adultos también necesitan un abrazo. Se
abalanzó sobre él y lo abrazó.
-Nico…-dijo
Casto con los ojos brillantes- ¿quieres que arreglemos la barca? Podrías
ayudarme a pintarla del color que quieras.
-¿Sí?,
¡pues claro!, me gustaría muchísimo.
-He
pensado que podemos volver a rotular el nombre, pero esta vez escribiremos "LA
GAVIOTA DE NICO".
-¿"LA
GAVIOTA DE NICO"…?
-Sí,
cuando la barca esté arreglada será tuya y saldremos a pescar con ella, si tú
quieres.
-¡Biennn!-
gritó Nico.
Y
pescador y niño se abrazaron. La alegría se había instalado de nuevo en el
corazón de los dos, y cuanto más tiempo pasaban juntos más cerca sentía Nico a
su padre, y más vivo se sentía Casto después de muchos años.
lunes, 2 de julio de 2012
sábado, 28 de abril de 2012
Cuento en valores: El mago alérgico
Había una vez un mago simpático y alegre al que encantaba hacer felices a todos con su magia. Era también un mago un poco especial, porque tenía alergia a un montón de alimentos, y tenía que tener muchísimo cuidado con lo que se llevaba a la boca. Constantemente le invitaban a fiestas y celebraciones, y él aceptaba encantado, porque siempre tenía nuevos trucos y juegos que probar.
Al principio, todos eran considerados con las alergias del mago, y ponían especial cuidado en preparar cosas que pudieran comer todos. Pero según fue pasando el tiempo se fueron cansando de tener que preparar siempre comidas especiales, y empezaron a no tener en cuenta al buen mago a la hora de preparar las comidas y las tartas. Entonces, después de haber disfrutado de su magia, le dejaban apartado sin poder seguir la fiesta. A veces ni siquiera le avisaban de lo que tenía la comida, y en más de una ocasión se le puso la lengua negra, la cara roja como un diablo y el cuerpo lleno de picores.
Enfadado con tan poca consideración como mostraban, torció las puntas de su varita y lanzó un hechizo enfurruñado que castigó a cada uno con una alergia especial. Unos comenzaron a ser alérgicos a los pájaros o las ranas, otros a la fruta o los asados, otros al agua de lluvia.. y así, cada uno tenía que tener mil cuidados con todo lo que hacía. Y cuando varias personas se reunían a comer o celebrar alguna fiesta, siempre acababan visitando al médico para curar las alergias de alguno de ellos.
Era tan fastidioso acabar todas las fiestas de aquella manera, que poco a poco todos fueron poniendo cuidado en aprender qué era lo que producía alergia a cada uno, y preparaban todo cuidadosamente para que quienes se reunieran en cada ocasión pudieran pasar un buen rato a salvo. Las visitas al médico fueron bajando, y en menos de un año, la vida en aquel pueblo volvió a la total normalidad, llena de fiestas y celebraciones, simpre animadas por el divertido mago, que ahora sí podía seguirlas de principio a fin. Nadie hubiera dicho que en aquel pueblo todos y cada uno eran fuertemente alérgicos a algo.
Algún tiempo después, el mago enderezó las puntas de su varita y deshizo el hechizo, pero nadie llegó a darse cuenta. Habían aprendido a ser tan considerados que sus vidas eran perfectamente normales, y podían disfrutar de la compañia de todos con sólo adaptarse un poco y poner algo de cuidado.
Autor.. Pedro Pablo Sacristán
Valores: Integración, consideración y respeto
Sacado de cuentos para dormir.
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